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La geopolítica de las drogas en América Latina (y en el mundo)

Análisis

Daniela Fernández Aguilar
Daniela Fernández Aguilar
Estudiante de Relaciones Internacionales y Comunicación Global, con mención en Economía y Negocios. Enfocada en la política latinoamericana y en el desarrollo de energías renovables. He participado en proyectos que abordan la integración regional y la sostenibilidad energética, adquiriendo una visión práctica de los desafíos y oportunidades en estos campos. Mi pasión por los idiomas y por la literatura, me permite poder entender y comunicar eficazmente, habilidades cruciales para abordar retos globales.

El tráfico de drogas, a pesar de ser una actividad sumergida, se estima que genera 400.000 millones de dólares estadounidenses al año, según Naciones Unidas. Una cifra equivalente al PIB de países como Austria o Namibia. En este mercado invisible, que está unido al mercado real, América Latina desarrolla un papel crucial, ya que suple a uno de los mayores mercados del mundo: Estados Unidos. El narcotráfico afecta a la inestabilidad de la región y llega a influir en la política local e internacional. Históricamente, la guerra contra las drogas de Richard Nixon ha demostrado cómo la venta ilícita de estupefacientes en Estados Unidos ha redirigido la historia de los países latinoamericanos. Pero, ¿cómo llegan las drogas hasta su consumidor final? ¿Qué drogas son producidas en Latinoamérica? ¿Cómo funciona realmente el mercado?

La región de América Latina produce varios tipos de estupefacientes: cocaína, marihuana, heroína y drogas sintéticas. Las drogas predominantes son la cocaína y la marihuana, propiciadas por las condiciones climáticas. No obstante, el cannabis encuentra su nicho también en otras zonas donde incluso es legal su plantación, como es el caso del estado de California en Estados Unidos. En contraste, la cocaína se produce casi en su totalidad en el noreste sudamericano. Por esta razón, a modo de ejemplo, explicaremos la travesía de la cocaína, desde los campos de producción hasta su entrega al consumidor. El resto de drogas sintéticas producidas en Latinoamérica siguen un recorrido similar.

Ruta de la droga en América Latina

¿Dónde se produce la droga?

La mayor producción de la hoja de coca se encuentra en los bosques colombianos, responsables de alrededor del 60% de la producción mundial. Concretamente, en los departamentos de Nariño, Cauca y Putumayo. En 2023, un informe de Naciones Unidas (UNODC) reveló que el territorio cultivado había aumentado un 13% con respecto al 2021. Este aumento se atribuye al refinamiento de la producción de clorhidrato de cocaína, que se refiere al producto listo para el consumo. Los altos niveles de producción han atraído al mercado colombiano a otros grupos criminales extranjeros, especialmente de México, pero también a grupos europeos.

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Perú y Bolivia son los otros países donde se encuentra el cultivo de la hoja de coca. La producción del Perú se concentra en la remota región del VRAEM (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro). En Bolivia, por su parte, destacan los cultivos en Chapare y Yungas. Finalizada su producción, la cocaína se transporta a través de diversas rutas, según el destino:

Ruta hacia Norteamérica  

El principal destino de la cocaína es Estados Unidos, donde se encuentran alrededor del 30% de los usuarios de esta sustancia en todo el mundo. El tráfico desde la región andina hacia Estados Unidos es el más común, pero antes debe llegar a México. El tránsito hacia México se realiza de tres formas: marítima, aérea y terrestre.

En la actualidad, predomina el tráfico marítimo, estimándose que el 74% de la cocaína que llega a Norteamérica lo hace a través de esta vía. La mercancía llega a la costa mexicana del Pacífico y a Centroamérica en lanchas rápidas o embarcaciones semi sumergibles. En su mayoría, procedentes principalmente de la ciudad portuaria de Guayaquil, aunque también desde Colombia, Perú e incluso Chile. 

El tráfico aéreo, por su parte, proviene mayoritariamente de Venezuela y aterriza en el Caribe, utilizando el norte de Centroamérica como ruta de operaciones. Las rutas terrestres a través del istmo centroamericano suelen complementarse con las rutas marítimas o aéreas, ya que por tierra se trafican menores cantidades. Hasta su llegada a México, los grandes cárteles hacen uso de los denominados «proveedores de servicios» como las maras centroamericanas o los grupos criminales regionales, para facilitar el tránsito de la mercancía. 

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Existen también otras rutas que llegan a través del Caribe desde Venezuela, destaca el tránsito por República Dominicana y, a raíz de la crisis en el país, Haití. Desde allí, la droga llega al sureste estadounidense a través de vías marítimas.

Rutas hacia otros mercados

Al igual que en la ruta hacia Norteamérica, el tránsito de la cocaína hacia Europa, el segundo mercado más importante, se realiza principalmente a través de las rutas marítimas ya mencionadas. Sin embargo, para abastecer este mercado entra en juego un actor crucial: Brasil. Al país llegan grandes cantidades de cocaína por vías aéreas, terrestres y fluviales, procedentes tanto de los países productores como de su vecino Paraguay. Las vastas extensiones de selva tropical juegan a su favor. Dentro de Brasil, la droga satisface una demanda significativa, posee el mayor mercado interno de la región, pero la mayoría está destinada para la exportación.

Desde la extensa costa brasileña parte la cocaína hacia el continente europeo, a través de puertos del oeste africano controlados por bandas criminales europeas o latinoamericanas. África se convierte así en un cruce de caminos entre proveedores y distribuidores, donde la ausencia de un poder hegemónico permite que el tráfico fluya sin dificultad. En Europa, los puertos de destino suelen encontrarse en Bélgica, Países Bajos y España. 

Al llegar a los puertos de Amberes, Róterdam, o Algeciras, la mercancía entra fundamentalmente a través de contenedores que son recibidos por grupos criminales locales para su distribución por el continente. Cada país tiene su dinámica particular en el tráfico de drogas. En el caso de España, encontramos que el tráfico a través de Galicia involucra organizaciones criminales locales junto con un «observador» del país de procedencia. Por otro lado, la entrada de estupefacientes por el puerto de Algeciras, por ejemplo, se hace con una presencia mayor de células latinoamericanas ya establecidas. El tránsito desde este punto a sus consumidores se suele hacer a través de intermediarios, quienes en muchas ocasiones pertenecen a grupos marginales de cada sociedad.

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Otras rutas importantes son las rutas del «cono sur». Estas incluyen trayectos a través del Río de la Plata, Uruguay y Paraguay, rumbo a otros puertos europeos como Hamburgo (Alemania), llegando hasta destinos tan lejanos como Israel o San Petersburgo. A su vez, es imprescindible destacar los mercados emergentes que están surgiendo actualmente en Asia y Oceanía. 

Cárteles

Para llevar a cabo estas operaciones es preciso una estructura altamente coordinada. En los últimos años, los grupos criminales en su mayoría están fragmentados y no trabajan bajo un único mando, como solían hacer, lo que provoca más violencia en la región. A pesar de ello, destacan varios grupos criminales que controlan gran parte del territorio. Es importante señalar que, debido a la alta demanda, los diferentes grupos encuentran mercado al que abastecer e incluso utilizan la experiencia de otros narcotraficantes para mejorar sus tácticas en el tráfico de sustancias.

México

En México, según las autoridades estadounidenses, se encuentran el Cártel de Sinaloa y el Cártel de Jalisco Nueva Generación como principales traficantes hacia Estados Unidos. Responsables a su vez por la distribución del producto dentro del país, donde la mercancía se vende: directamente a usuarios a través de la venta online, a través de otras organizaciones criminales, o pandillas que operan en distintas regiones.

Colombia

A diferencia de México, en Colombia se encuentra una organización más segmentada que opera a disposición de los cárteles mexicanos para distribuir la cocaína. En los últimos años, además de los grupos criminales como el Clan del Golfo o Los Pachencas, las fuerzas paramilitares del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y facciones disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC) han dominado el tráfico de drogas, utilizándolo como fuente crucial de financiamiento. De hecho, los niveles de cultivo de coca incrementaron significativamente en el 2016 durante las negociaciones entre el gobierno de Colombia y las FARC, y disminuyeron cuando se firmó el tratado de paz. 

El Clan del Golfo, por ejemplo, es el mayor exportador colombiano, produce mensualmente 20 toneladas de cocaína. Está asociado con el Cártel de Jalisco Nueva Generación, que se encarga de llevar la mercancía hasta las calles de Estados Unidos. Mientras que las mafias italianas, como la ‘Ndrangheta y Cosa Nostra, junto con las redes criminales de los Balcanes, les facilitan la entrada en el mercado europeo.

Brasil

Por otro lado, en Brasil es el Primeiro Comando da Capital (PCC) quien controla la mayoría de las rutas internacionales hacia Europa y mantiene relaciones estratégicas con la mafia italiana ‘Ndrangheta y el comercio en África, especialmente en Mozambique, país con el que se han creado fuertes. Como rivales, el PCC tiene al Comando Vermelho y a la Familia do Norte, más recientemente, con quienes se disputan los territorios fronterizos del Amazonas.

El narcotráfico, desafiando fronteras geográficas y políticas, sigue rigurosamente las leyes de la oferta y la demanda. Una demanda que no hace más que crecer exponencialmente y que, a pesar de los esfuerzos, parece imposible de contener. Las dinámicas geopolíticas afectan a su vez la vida de miles de personas, que van mucho más allá de las personas que consumen las sustancias. Comunidades enteras atrapadas por la espiral de la violencia que se genera alrededor del tráfico de drogas. En América Latina, donde estas dinámicas son una realidad desde hace décadas, el narcotráfico se entrelaza profundamente con la vida social y política, que deja un rastro de desigualdad, corrupción y pesimismo. Ante esta perspectiva transnacional, se entiende que la solución debe encontrarse en un enfoque que incluya tanto a los países productores, de tránsito y de consumo.

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